LA REGULACIÓN DE LA FRUSTRACIÓN
Ser capaz de postergar la satisfacción de los deseos, de
esperar, de respetar los turnos en una fila, de sobreponerse cuando algo no
resulta sin reaccionar impulsivamente, es algo que los niños pueden aprender
desde pequeños. Resulta vital ayudarlos a comprender, además, que ciertas cosas
están fuera de su alcance y que no todo puede darse como quieren, para que
aprendan a disfrutar la vida tal y como se presenta.
Muchos padres se sienten angustiados al ver que sus hijos se desesperan
cuando no consiguen lo que desean. Es en ese proceso, como señala la psicóloga
Tania Donoso, donde intervienen factores biológicos, de la personalidad y del
entorno familiar, que influyen en la capacidad que cada niño tiene para tolerar
de mejor o peor manera la frustración.
Sin embargo, los padres deben tener claro que tolerar la frustración es una
capacidad que se desarrolla con el tiempo, un proceso que se logra recién a
partir aproximadamente de los seis años y luego de un entrenamiento constante.
MÁS O MENOS TOLERANTES
Así como existen niños más activos, algunos más cautelosos y
otros más temerarios, hay quienes son capaces de tolerar mejor la frustración
que otros. Como señala Tania Donoso, “es importante que los padres tengan en
cuenta que los niños son diferentes y que por distintas razones hay algunos que
desarrollan mucho mejor ciertas habilidades. No se puede culpar a un niño
cuando no es capaz de tolerar la frustración, ni tampoco los padres deben
sentir que han fallado en la crianza si es que los hijos reaccionan mal cuando
no obtienen el logro de sus objetivos”.
A pesar de ser una característica personal de cada niño, la tolerancia a
la frustración se relaciona también con algunos aspectos del entorno familiar.
Si por ejemplo a un niño se le concede todo lo que pide o si los padres ceden a
sus demandas por las pataletas que hace y por su llanto, no aprende a tolerar
la frustración porque al conseguir todo lo que desea, no se frustra. Por eso,
es vital que los niños vivan experiencias de frustración que les permitan
desarrollar estrategias para enfrentarla.
Tania Donoso explica que “lógicamente, tampoco es recomendable que el niño viva
frustrándose, porque también necesita sentir que sus padres satisfacen sus
necesidades y que ellos son capaces de influir en su ambiente, pero siempre
dentro de un límite razonable. Y los padres, por lo general, saben discriminar
cuando se trata de demandas importantes o cuando es, simplemente, una petición
antojadiza”.
Para aprender a manejar la frustración, es
importante que los niños se sientan acogidos en términos afectivos por sus
padres. Por ejemplo, si un niño quiere comer dulces justo antes de almorzar y sus
papás no lo dejan y él hace un escándalo por eso, lo recomendable es que le
digan: ‘entendemos que tienes ganas de comer dulces ahora, porque son ricos y
sabemos que te gustan mucho, pero primero tienes que almorzar’. De esta manera,
explica Tania Donoso, “el niño va a sentir que hay una razón que hace que sus
papás no le permitan comer dulces en ese momento y aunque igualmente reaccione
llorando o haciendo una pataleta, va a sentirse acogido y a entender, tarde o
temprano, que tiene que aceptarlo”.
Asimismo, es muy probable que un niño tenga mayor habilidad en algunas
áreas que en otras, las que son importantes de potenciar y estimular. Este
proceso ayudará a que el niño sienta mayor seguridad en sí mismo y a entender
que hay cosas que puede hacer de mejor manera que otras porque, especialmente
para algunas, ‘es muy bueno’. Esta confianza le hará sentir el convencimiento
que puede lograr otras cosas si se esfuerza, aunque en un principio no le
resulten como él espera.
IMPULSOS Y EXIGENCIAS
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Es muy habitual que los niños se frustren cuando no logran
aprender fácilmente una materia o cuando un dibujo no les resulta como
esperaban. Muchos niños incluso tiran el cuaderno o rompen la hoja al
equivocarse y abandonan malhumorados la tarea que habían iniciado animosos.
Como indica Tania Donoso, “estas reacciones tienen
directa relación con la impulsividad propia de cada niño. Mientras más
impulsivo su carácter, menor va a ser su tolerancia a la frustración y son
estos los casos que requieren de más esfuerzo y trabajo por parte de los
papás”.
Es necesario, según explica la psicóloga, incentivar
al niño a volver a intentarlo, haciéndole saber que así como él, todas las
personas -tanto niños como adultos- se equivocan, y que para conseguir que
algo resulte bien, es preciso intentar varias veces. “Un ejemplo que los
niños entienden muy bien es decirles que cuando él estaba aprendiendo a
caminar, se caía muchas veces. Te dolía, a veces llorabas, pero te levantabas
y lo volvías a intentar, hasta que por fin un día lograste caminar
perfectamente bien. Y lo mismo te pasa al dibujar, porque no es fácil hacerlo
bien, pero si lo intentas varias veces seguro que vas aprender a hacerlo tan
bien como tú quieres”, indica la psicóloga.
Muchas veces, sin embargo, es la propia familia la que
inconsciente o conscientemente dificulta en el niño el proceso de aprender a
tolerar la frustración. En ocasiones los padres son tan exigentes con los hijos
que los hacen vivir continuamente en el perfeccionismo y, por lo tanto, no les
permiten desarrollar la capacidad de aceptar que pueden equivocarse. En otros
casos, los papás pueden mostrarse muy flexibles pero extremadamente exigentes
con ellos mismos, lo que -de todas formas- hace que los niños internalicen un
modelo de exigencia y lo lleven a su vida diaria.
Los niños autoexigidos relacionan su desempeño directamente con el
cariño de los padres. Entienden las exigencias familiares como metas a cumplir
y cuando algo falla y no pueden conseguir los resultados que se esperan de
ellos, se sienten abatidos, derrotados e incapaces de tolerar la frustración.
“Para ellos está en juego el cariño y aceptación de los padres, por lo tanto, equivocarse
se vuelve inaceptable”, explica Tania Donoso.
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